Comentario
Los judíos eran una minoría importante, especialmente numerosa en las principales capitales de la Corona. Dedicados a actividades financieras (acreedores), científicas (médicos), comerciales (mercaderes) e industriales (sastres, tejedores, argenteros, etc.), ocuparon también cargos en la administración real hasta que las Cortes de 1283 dictaron leyes restrictivas que les alejaban de la función pública. En el siglo XIV, cuando el inicio de las dificultades económicas se tradujo en desajustes entre los ingresos y los gastos de la monarquía, los reyes, cuya jurisdicción se extendía sobre los judíos, les sometieron a fuerte tributación, pero no fueron capaces de evitar la violencia antisemita.
Cuando las epidemias y hambres y las sacudidas de los precios alteraron gravemente la vida ciudadana, los judíos, hasta entonces una minoría respetada, se convirtieron en un grupo odiado por su supuesta riqueza (aunque para muchas juderías o aljamas ya había comenzado entonces el declive económico) y en una víctima propiciatoria del malestar general. En 1348, coincidiendo con los estragos de la Peste Negra, ya hubo algunas algaradas contra los judíos, y después, en plena guerra de los Dos Pedros (1356-69), mercenarios franceses cometieron desmanes en aljamas aragonesas, pero fue en 1391 cuando estalló con toda su violencia el odio antisemita: la mecha prendió el 6 de junio en Sevilla y rápidamente se propagó por toda la Península (Córdoba, Ubeda, Baeza, Jaén, Cuenca, Toledo, Madrid), afectando de lleno a la Corona de Aragón: hubo asaltos, saqueos y asesinatos en las juderías de Valencia, Mallorca, Gerona, Barcelona, Cervera, Lérida, etc. Para las juderías de la Corona, excepto las de Zaragoza y Calatayud que no registraron incidentes y recibieron a familias hebreas ricas, perseguidas en otras ciudades, fue un golpe mortal: pérdidas económicas, culturales y religiosas (conversiones en masa, emigraciones). Durante el siglo XV la atmósfera social se tornó asfixiante para los resistentes: las autoridades dictaron leyes antijudías (Fernando I introdujo el ordenamiento de Valladolid de 1413 que obligaba a la expurgación de los libros hebreos y forzaba a los judíos a acudir a predicaciones cristianas); el papa Benedicto XIII organizó en Tortosa una vejatoria disputa cristiano-judía (1413-1414), que hubo de concluir con la claudicación de los rabinos participantes y la consiguiente legitimación de las medidas antijudías; este mismo pontífice promulgó una bula que renovaba viejas medidas segregacionistas (uso de distintivos, separación en barrios), y el dominico valenciano Vicente Ferrer, con sus encendidos sermones proselitistas, contribuyó a avivar el antisemitismo. A finales del siglo XV, la antigua minoría judía se había dividido en conversos sinceros, falsos conversos y resistentes, que serían expulsados en 1492. Mientras todo esto sucedía en la mayor parte de la Corona, en Zaragoza un buen número de familias conversas (Cavallería, Santángel, Bardaxí) se convertían en los representantes más activos del capitalismo comercial del reino de Aragón (E. Sarasa, J. A. Sesma).